El engaño de la Ley de Segunda Oportunidad

La Ley de Segunda Oportunidad suele presentarse como una especie de «perdón milagroso» de las deudas, una fórmula novedosa que permite a cualquier ciudadano librarse de sus obligaciones económicas sin mayor esfuerzo. Nada más lejos de la realidad. Este enfoque simplista no solo distorsiona el verdadero espíritu de la norma, sino que también alimenta mitos que generan tanto desconfianza como frustración entre quienes se plantean acudir a este procedimiento.

Un mecanismo que no es tan nuevo

En esencia, la Ley de Segunda Oportunidad no inventa nada radicalmente distinto. Durante décadas, las sociedades mercantiles han contado con mecanismos concursales que, tras constatar su insolvencia, desembocaban en la liquidación de la empresa y la imposibilidad de cobrar para sus acreedores. Los socios, sin embargo, quedaban libres para emprender de nuevo, ya fuera como trabajadores autónomos o constituyendo nuevas sociedades, sin cargar con las deudas impagadas de la entidad extinguida.

Lo que hace esta normativa es, simplemente, extender un modelo parecido a las personas físicas: si se demuestra que su situación económica es insostenible y que no podrán cumplir con sus obligaciones, se les exonera de las deudas, permitiéndoles comenzar de nuevo.

Un alivio necesario para la economía real

La lógica de este mecanismo es clara: mantener a una persona atada indefinidamente a deudas imposibles de pagar, con sus cuentas embargadas y sus bienes bloqueados, no solo resulta inhumano, sino que además es económicamente ineficiente. Una persona asfixiada financieramente no puede consumir, no puede acceder a crédito y mucho menos iniciar un negocio. En cambio, al liberarla de cargas inasumibles, se le da la posibilidad de volver a generar riqueza, empleo y movimiento económico.

En otras palabras, la exoneración no destruye economía, sino que la reactiva. Las deudas impagables, en la práctica, ya estaban condenadas a no cobrarse. El procedimiento simplemente reconoce esa realidad y la canaliza de manera ordenada y justa.

La trastienda de las deudas: bancos y fondos buitre

Un aspecto que rara vez se explica es que, en la mayoría de los casos, las deudas que se reclaman ya ni siquiera pertenecen a la entidad financiera que otorgó el crédito. Los bancos suelen vender estos paquetes de impagos a fondos buitre por precios irrisorios —a veces, en torno al 1% del valor nominal—. Es decir, una deuda de 10.000 euros puede ser adquirida por apenas 100 euros.

El negocio está en que estos fondos intentan recuperar la mayor cantidad posible, acosando a los deudores y exigiendo el pago íntegro de sumas que superan en decenas de veces lo que ellos desembolsaron. Este sistema genera una doble injusticia: el deudor sigue perseguido por una deuda que nunca podrá asumir, y los fondos buitre se enriquecen a costa de situaciones personales dramáticas.

Una herramienta de justicia social         

Lejos de ser un «engaño» en sí misma, la Ley de Segunda Oportunidad desenmascara otro engaño mucho mayor: el mito de que las deudas deben perseguir a una persona de por vida, aunque no exista posibilidad real de pago. Lo cierto es que, igual que las empresas pueden “morir” y dar paso a nuevas iniciativas sin cargar con un lastre eterno, las personas también deben tener la posibilidad de recomenzar.

Se trata, en definitiva, de poner al mismo nivel a empresas y ciudadanos, reconociendo que la quiebra personal es un fenómeno tan legítimo como el empresarial. Y que, al permitir ese reinicio, no se premia la irresponsabilidad, sino que se fomenta la recuperación económica y se evita el negocio depredador de quienes viven de perseguir deudas impagables.